Una familia muy normal

¿Qué nos convierte en familia?
¿Qué distingue a una familia? ¿Qué la hace tal?

Familia se define como grupo de personas, vinculadas generalmente por lazos de parentesco, ya sean de sangre o políticos, e independientemente de su grado, que hace vida en común, ocupando normalmente la totalidad de una vivienda.

Pero según la Organización Mundial de la Salud (OMS), podemos definir a la familia como el “conjunto de personas que conviven bajo el mismo techo, organizadas en roles fijos (padre, madre, hermanos, etc.).

El vínculo familiar no se define por la sangre ni por los genes.

Entonces, ya sea biológica, mediante tratamiento, por adopción, subrogada. ¿Son realmente diferentes?.

Familia es algo sagrado, es algo que va más allá de la sangre y que trasciende el vínculo biológico, genético, generacional: es toda persona a quien decidimos incluir no solo en tu vida, sino en nuestro corazón.

Cuando pienso en familia, siempre se me viene una frase que dice “la sangre te hace pariente, pero la lealtad te convierte en familia”. Y yo creo que dice y significa mucho. Mi familia es la que hace que todo valga la pena. Cada esfuerzo, cada renuncia y cada paso que doy en mi vida.

Considero que la que es auténtica se concibe desde el corazón y es la que ofrece reconocimiento, atención, cuidado, compromiso, entrega, amor, respeto, responsabilidad: la que se gesta y crea día tras día.

No hay nada tan significativo, puro, genuino, transparente y satisfactorio como contar con una familia a la que amamos y nos ama, en la que nos sentimos bien y somos felices, libres, auténticos. Son el lugar donde nos refugiamos en los malos momentos y disfrutamos, compartimos y reímos en los buenos. Momentos que quedan atesorados en nuestro corazón, que recordamos a través de fotos, olores, sensaciones que nos transportan a ese lugar mágico que se llama hogar.

Para mí la maternidad, el ser madre, se conecta con el pilar más fuerte de nuestra vida, el aliento, alimento, que debe dar fuerzas cada día. Que nos nutre en cada momento.

Hoy lo vemos en nuestra sociedad todos los días, en los cambios en los modelos de familias, en sus relaciones e interrelaciones, en sus vínculos, y convivencias. Un ejemplo son las familias ensambladas o las familias con hijos adoptivos o los que pudieron ser padres con el avance se la ciencia que acudieron a donación de óvulos o esperma a través de técnicas de reproducción asistida,

¿Acaso podemos pensar o decir que el amor y el vínculo de una familia con hijos adoptivos es menor que con sus hijos biológicos? ¿O decirles a unos padres de familias ensambladas que ama menos a los hijos de su pareja que a sus hijos biológicos?
Muchos de nuestros hijos no han crecido en nuestro vientre, son hijos de nuestro corazón. Porque lo que hace familia no siempre es la sangre o los genes: es la fortaleza de un vínculo que se cuida y se respeta cada día como el tesoro más valioso de nuestras vidas.

A un hijo adoptado se le quiere tanto como a uno biológico. En muchos casos, como el nuestro, son niños muy esperados y deseados que llegan a nuestra vida después de un largo recorrido y tras largos trámites. Lo que debe afrontar una pareja o una persona para realizar y concretar la adopción es algo de lo que no siempre se habla y es un desafío cotidiano con situaciones de mayor complejidad que no deja de ser menos valiosa y maravillosa.
La decisión de adoptar a un niño no se debe siempre a casos solo de infertilidad. En muchos casos, hay parejas o incluso personas sin cónyuge que quieren dar el paso porque así lo sienten, porque en su corazón hay lugar para abrazar a un niño sin importar que no sea de su sangre o que no haya crecido en su vientre. Ese vínculo basado en el apego, en la necesidad de atender y cuidar, es lo que hace que estos niños tengan la oportunidad que merecen, esperan y desean en lo mas profundo de su ser.
Según la Convención de los Derechos del Niño de 1989, uno de los derechos básicos de todo niño o niña es el de tener una familia. Cuando la familia biológica no puede proporcionarles los cuidados necesarios para vivir y desarrollarse en su propio seno, puede ser dado en adopción, de forma que esos cuidados sean, entonces, proporcionados por una familia adoptiva.

Con la adopción siempre se trata de buscar el interés superior del menor, proporcionándole una familia. No se trata de dar solución al deseo o necesidad de los adultos de ser padres o madres, aunque nosotros a través de la adopción, cumplimos nuestro anhelo de ser padres.

Y la realidad es que para que nuestra familia se haya podido formar, la madre biológica ha tenido que renunciar a su hijo, lo cual, la mayoría de las veces ocurre por múltiples factores que nos resultan difíciles de asimilar.

Un porcentaje importante de las familias adoptivas llegan a la decisión de adoptar después de fallidos y largos caminos y esfuerzos por tener hijos biológicos. La renuncia al hijo biológico, deben tener una elaboración del duelo por el hijo que no podrán tener, y permitir, así, la llegada del nuevo hijo soñado.

Lo que tienen en común las familias biológicas y las adoptivas, es que todas tienen como objetivo el bienestar físico y emocional de cada uno de sus miembros. También comparten aspectos básicos y esenciales de la crianza y educación de nuestros hijos, la calidad del vínculo, el sentimiento de pertenencia, y el cumplimiento y ejercicio día a día de roles, cuidados, pueden ser tan profundos, reales y verdaderos tanto en las familias adoptivas como en las biológicas. Sin embargo, las familias adoptivas, a los desafíos propios de la maternidad y paternidad,se suma el hecho de que las vidas de nuestros hijos no comenzaron cuando nosotros entramos a formar parte de ellas. Cada caso es único y particular, pero hubo algo que se rompió para luego volver a armar a través de otros padres, de nosotros.

Aunque, la percepción social de la adopción ha cambiado, pasando de ser un invisible, que no se hablaba, a ser un fenómeno socialmente visible y plenamente aceptado.
H. David KirK, en su obra “Shared Fate”, ya en,1964 defendía que ser una familia adoptiva no era lo mismo que ser una familia biológica y que lo que hacía una adopción exitosa no era que pareciera una familia biológica, sino que la adopción más exitosa era aquella en la que la familia era consciente de que tendría que afrontar diferencias para las que quizás no tenía todas las respuestas, o con las que nunca pensó que se tendría que enfrentar, pero que estaba dispuesta a trabajar para ser capaz de responder a esas necesidades, porque ser padre o ser madre, adoptivo o biológico, en definitiva, es eso, procurarles a los hijos o a las hijas un desarrollo los más completo y feliz posible.

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