Amasando una hoja de ruta diferente

Hace poco estaba hablando con una pareja que, entre tantas conversaciones, me contaron que una de sus hijas, que es celíaca, en el colegio tenían que amasar un pan con motivo de una celebración religiosa. Cuando ellos explicaron que ella lo iba a hacer, pero con otra harina por su condición de salud, se encontraron con una fuerte resistencia que tiene que ver con el “siempre se hizo así”. Mientras volvía a casa después del encuentro, me quedé pensando en todo el universo de cosas que aprendemos a cuestionar cuando la vida nos enfrenta con situaciones nuevas (ni hablar si encima involucra a nuestros hijos), recordé todas las veces que en mi vida me encontré con gente que solo sacaba pan de un tipo de harina. Si el amor y la familia son universales, podemos pensar el pan como ese ingrediente y alimento universal. ¿Qué harinas estamos dispuestos a integrar para formar nuestra familia?

En mi camino para convertirme en mamá, he pasado por situaciones que nunca imaginé y que desafiaron muchas veces mi límite. Con la ayuda de Néstor, mi marido, pudimos animarnos a no cerrar otras puertas. Después de perder cinco embarazos, tratamientos, y riesgo de hemorragia, abrimos nuestro corazón a la adopción y así llegaron nuestros primeros tres hijos. Y se nos abrió a un mundo de aprendizajes y mucha felicidad. Cambiamos estudios médicos por carpetas de trámites y juzgados y el resultado fue armar nuestra propia hoja de ruta y llegar a ese destino de mucho amor.

Años más tarde, en un descuido, quedé embarazada nuevamente. Nuevos estudios, tratamientos y posibilidades. En esa mudanza temporal a Buenos Aires y el reposo absoluto, Juan llegó a sus 25 semanas de vida, pero llegó demasiado pronto. Despedirlo fue uno de los momentos más duros que atravesamos como familia. Esa harina fue compleja de amasar, pero fue un pan que horneamos los cinco juntos para aprender a verlo como nuestro angelito y llevarlo siempre con nosotros. Y sembró la semilla de otro aderezo para una nueva variedad de pan: la subrogación.

Buscamos opciones, averiguamos agencias y nos lanzamos a esa nueva aventura. Y me encontré con otra serie de prejuicios sobre qué mezclas y cuantas cantidades de 000 tenían que tener esas harinas. ¿Qué pasa si…? ¿Y mirá si…? Por supuesto que todos los consejos de gente querida se toman como afecto, pero a veces es entender que todos estamos aprendiendo sobre la marcha. Pasamos tres veces por el proceso sin que el pan termine de levar en el horno, por la calidad de mis óvulos y por mi edad. Aún así, haber tenido la chance de conocer a las abogadas de la agencia y a la madre subrogada, fue conocer para abrir el corazón.

Cuando volvimos del tercer intento, otra sorpresa: estaba embarazada. Teniendo los antecedentes del caso de Juan, recurrí al mismo equipo de médicos con los que nos habíamos sentido todos tan cuidados que no podíamos atravesar esto sin ellos. Esta harina a lo mejor no era nueva, pero nosotros teníamos una nueva mirada. Estábamos llenos de nuestros miedos pero una ilusión que era más fuerte que todo. Y un 18 de enero llegaron nuestros mellizos. Amasamos recuerdos del pasado para poder hornear un pan diferente a futuro.

¿Cuántas veces nos negamos a caminar un camino distinto porque eso “siempre se hace de otra forma”? Y qué solos nos sentimos cuando queremos aventurarnos. A lo mejor, es momento de considerar que los ingredientes pueden cambiarse para generar un alimento diferente y que nos nutra en muchos niveles para convertirnos en los padres que soñamos ser.

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